Este
país, aunque sus dirigentes lo nieguen, vive “tiempos de precariedad y falta de
oportunidades”, como acertadamente refleja el Informe
sobre el estado social de la nación 2017, publicado por la
Asociación de Directores y Gerentes de Servicios Sociales.
La
pobreza coyuntural que al inicio de la crisis reclamaba ayudas de emergencia se
ha transformado en estructural, se ha cronificado con cada día más familias
excluidas del mercado laboral sin recursos suficientes para mantener todas necesidades básicas cubiertas.
Las
políticas de austeridad y recortes han minado los cimientos sociales convirtiendo
sus estructuras en apoyos coyunturales. Cada vez son más los recursos privados
y menos los públicos. Y frente a todos ellos se encuentra el profesional
“dispensador de ayudas” al que se le demanda coordinación en la gestión. El
modelo lineal de intervención basado en el binomio necesidad-recurso, vuelve a
ser el más útil en las administraciones neoliberales y el que más justifica sus políticas asistencialistas. Y el que menos necesita de profesionales del
trabajo social que trabajan desde la práctica de promoción del cambio , el desarrollo social, la
cohesión social, el fortalecimiento y la liberación de las personas y bajo los
principios de la justicia social, los derechos humanos, la responsabilidad
colectiva y el respeto a la diversidad e involucrando a las personas y las
estructuras para hacer frente a desafíos de la vida y aumentar el bienestar
(Art 5 Cd de TS ) Actualmente
la función que se le encomienda a los
profesionales de los servicios sociales se centra sobre todo en el ejercicio de su burocracia dispensadora de recursos . Y como
los servicios sociales públicos han aniquilado sus recursos, se alían con los
privados abanderando la coordinación necesaria.
Si bien muchos de los servicios privados son útiles y eficaces en sus
protocolos de coordinación con los públicos, no lo son otros envueltos en
prácticas benefactoras.
Tradicionalmente la cobertura de las necesidades más básicas han sido objeto de las
instituciones de caridad y beneficencia. Aunque la actual legislación en materia de Servicios Sociales establece
igualmente objetivos encaminadas a satisfacer dichas necesidades básicas, no podemos olvidar el objetivo último de las acciones de
los diferentes sistemas de protección social buscando la consecución de la autorrealización de las
personas, con acciones trasformadoras realizadas de modo sistemático y técnico
¿Cómo
coordinar derechos sociales con acciones benéfico-asistenciales? Para el
profesional del trabajo social “abuelo cebolleta” que certeramente describe Belén Navarro en
su post "Confesiones de una abuela cebolleta", es complicado porque a los
trabajadores sociales “cebolletas” nos cuesta integrar la caridad en el
derecho, la beneficencia en la
solidaridad y la dádiva en el legítimo recurso
No
es nada fácil coordinar la pobreza cuando se trata de sacarla de nuestra sociedad
y sus ciudadanos a golpe de lotes de alimentos, ayudas de alquiler ,de luz,
combustible y agua redondeadas en una cantidad única sin derecho a gastar más
de lo que establece las ordenanzas. No es fácil coordinar la justicia social
con los repartos asistenciales. Es difícil coordinar técnicas profesionalizadas
con personalismos y “buenismos”
particulares.
A
los profesionales “cebolletas” nos cuesta enfrentarnos como al personaje “Philomeno”
del último libro de Alejandro Rodriguez Robbledino ( de lectura altamente recomedada) cuando se nos presenta el “benefactor del usuario x al que ayuda con alimentos, ropa y dinero para las
chucherías de los niños, y pide “coordinar su caridad” con su mal
interpretada gestión de las prestaciones públicas sin en ningún momento
desmarcarse de “dádivas necesarias” para continuar protegiendo a “su pobre familia”
Y si la carencia es afectiva, ¿cómo coordinar
las pobreza emocional que dejan tras de sí las pobrezas económicas? Ambas,
pobreza económica y pobreza afectiva no son más que producto de la pobreza de derechos,
valores y ética.
Para
coordinar las acciones que palien la pobreza, no todo vale y sobre todo no
todos valen. Y a los profesionales del trabajo social creo nos toca ahora más
que nunca además de impartir justicia social, reparar lo injusto
y no amparar coordinaciones desintegradoras y excluyentes