Son las seis de la mañana. Suena la radio, esta inoportuna, ahora que estaba con mi mejor sueño, pero, ¿qué dice?:
“El presidente del gobierno anuncia la aprobación del decreto ley con los recortes de gastos para las administraciones públicas y la continuidad en la congelación salarial de los funcionarios”, relata el lacónico locutor.
Cambio inmediatamente de emisora y decido quedarme en mi sueño. Sonará de nuevo , seguro, porque la he programado para que me recuerde tres veces quien soy, donde estoy y sobre todo que tengo que levantarme para ejercer de funcionaria.“Dále a tu cuerpo alegría Macarena, tu cuerpo es pa darle alegría y cosa buena….. Otra vez, el maldito aparato. Miro el teléfono y pienso en lo indispuesta que estoy. Llamaré…. . Desisto.Venga , arriba.
Las 7,30. Salgo de casa, como siempre deprisa y retrasada. Recorro la jungla de asfalto de mal humor. Este cambio de horario, inflexible, inconciliable y tenaz va a acabar conmigo. En el trayecto elucubro y retomo mi sueño: me subo al vagón de los futuristas, desenfundo mi mano izquierda, apunto su dedo corazón hacia la maquinita de fichar y encajo mi huella digital. Son las ocho en punto: “toma del frasco, carrasco. Llegué la primera”
Entro relajada, despreocupada y sonriendo. Veo a todos mis colegas abalanzándose hacia el reloj que hoy he inaugurado yo. Se apelotonan y ponen en la cola el dedo con la cuestión digital. Yo discretamente para no incomodar me adelanto hacia mi despacho.
Me vuelve a entrar la zozobra. Ahora solo tengo presente el trabajo que me espera. He de poner al día estos informes que tengo pendientes. Enciendo el ordenador. Me recibe con ese guiño camelador invitándome a introducir la contraseña. ¿Sabrá el aparatito lo que traigo entre manos y lo que voy a hacer?, ó ¿quizás porque lo sabe, el sádico de él coquetea conmigo? Cojo el ratón y comienza mi aventura. Tecleo y tecleo mi contraseña. No hago más que dar vueltas al ratoncito y no hay forma de centrarlo. De repente leo un aviso informándome que mi contraseña ha caducado y que la cambie. Empezamos bien. No quiero decir, que nueva contraseña pongo…Por fin….se abre.
Miro mi correo. Los primeros comunicados de la mañana, recuerdan a todo el personal sobre el nuevo horario con ampliación de media hora diaria y la obligación de cumplirlo “a rajatabla”. Otros muchos e-mails versan sobre comunicados sindicalistas que nos invitan a oponernos al nuevo horario, protestar por los recortes, acudir a las manifestaciones, etc. Lo tengo en cuenta, pero he de acabar los informes. Tecleo, tecleo y tecleo. Visualizado el PDF y listo para imprimirlo, aparece otro nuevo aviso en la pantalla: “este programa necesita actualizaciones de fuentes japonesas”, me comunican desde el más allá del disco duro. O sea, que es cierto lo de la invasión de los japoneses. Y esto, ¿a quien se lo explico yo? y ¿en qué idioma?.
Llamo a averías, me atiende un contestador pidiéndome que espere a que se ponga en contacto conmigo un agente. Elucubro de nuevo y pienso como me entenderé con el japonés que me conteste .Espero y de repente me contesta una voz en gallego. Ni rastro del lenguaje nipón. Se me quita un peso de encima. Le describo mi problema, hace atestado de la situación y me comunica que va a trasladar la incidencia a proceso de datos y me llamarán mañana.
Respiro, espero y elucubro de nuevo. Me voy ahora al vagón del los utópicos. Estoy segura que mañana encenderé el ordenador y un japonés me habrá solucionado mi problema, completado mis informes y puesto al día mi trabajo retrasado. Esperaré….
Inicio la atención al público que espera pacientemente su turno. Escépticos y desilusionados demandan prestaciones, servicios y ayudas que antes de llegar a recibirse ya las han quitado. Impotentes y enojados, descargan sus enfados y malos estares en esta oficina que han denominado de bienestar social. Y de nuevo, me proyecto. Esta vez me estaciono en el andén de “Basta Ya”, y me uno con la multitud que se rebela contra esta burocracia opaca y gris que nos rodea .Dejo mi huella digital cristalizada, pero no solo con un dedo. Son los cinco dedos, los que quedan impresos en la maquinita controladora de tiempos. Además,lo firmo y lo rubrico.